La Facultad de Educación y Ciencias Sociales se ha transformado en un referente en formación del “working adult” (adultos que trabajan), a través de sus 50 programas de magister, postítulo y diplomados. Hasta el año 2014 estas actividades formativas se impartían cara a cara en las distintas sedes de la universidad y en centros escolares. A partir de ese año las cosas comenzaron a cambiar cuando la Facultad decidió abrir una oferta en modalidad online, blended o “live”. Se profesionalizó la función del docente online y se afinaron diseños instruccionales que permitieron lograr resultados académicos, en términos de calidad, similares o superiores a los de los programas presenciales, pero más flexibles y más compatibles con la realidad del adulto que trabaja. ¿Cómo se ha vivido esta transición desde lo presencial a lo online? Quisimos conocer la opinión de Ignacio Muñoz Delaunoy, que tuvo bajo su responsabilidad de liderar este proceso de transformación digital?
Usted tuvo que enfrentar el desafío de transformar los programas más exitosos de la universidad, que se dictaban en forma presencial, a la modalidad online, hace algunos años. ¿Cómo fue esa experiencia? ¿cuáles fueron las principales dificultades?
Nuestra incursión en el mundo online fue algo abrupta. A fines del 2013 se tomó la decisión de virtualizar tres magíster y un postítulo que dictaba nuestra Facultad. Lo hicimos porque sabíamos que en un plazo mediano los bites y los bytes se iban a convertir en la lengua natural para la formación del “adulto que trabaja”, porque le permiten a usted ofrecer una formación de calidad, a costos más bajos, compatibilizando el tiempo de los estudios con los tiempos para la vida laboral y personal. Algo imposible de lograr con programas presenciales, que lo obligan a usted a bloquear horarios, a destinar mucho tiempo a los desplazamientos y que suelen ofrecerle una formación más teórica que práctica. Advertíamos que era necesario crear una oferta de calidad para este segmento del alumnado, que iba a comenzar a vivir un proceso de expansión, por las necesidades de capacitación de un mercado laboral que está expuesto a lógicas de cambio muy aceleradas. Pero nos dábamos cuenta, también, de que esta tarea podía resultar algo complicada en instituciones tan tradicionales, como las universidades, que funcionan desde el siglo XIII con un modelo pedagógico basado en la clase expositiva, que tiene lugar en ese espacio físico llamado sala de clases. Reemplazar la pedagogía cara a cara por algo distinto era algo muy resistido (todavía lo es). Para la mayor parte de los directivos universitarios, académicos, profesores y alumnos la pedagogía online era vista con distancia, como un camino que no podía apuntar a la calidad. El desafío era vencer estos estereotipos. Difícil hacerlo porque estos prejuicios, aunque injustificados, tenían algo de asidero. Un par de décadas atrás, recuerde, las páginas web contenían poca información y se abrían muy lentamente. No era posible competirle al libro con este soporte. Lo mismo pasaba con los primeros cursos online, que operaban bajo lógicas amateur, porque no teníamos muy claro como ejercer la pedagogía en forma asincrónica. Sin las restricciones que planteaban los espacios tradicionales para el aprendizaje, los alumnos solían abandonar los cursos, porque todavía no sabían cómo abordar los estudios cuando no tenían un profesor al frente. Esto ha cambiado en los últimos 10 años, debido al surgimiento de un online de segunda generación sobre el cual hablo en una publicación reciente -“Pedagogía universitaria en la ‘nueva normalidad’: escenarios disruptivos para la educación a distancia”-, que ha demostrando que se puede lograr la calidad en este ecosistema, si se la aborda como debe ser.
Yo le diría que estos prejuicios recién se han comenzado a disipar como resultado de la pandemia, que obligó miles de instituciones de educación a adoptar el online por un tiempo prolongado. Eso les ha permitido descubrir que esta modalidad de enseñanza funciona, y lo hace muy bien, con ciertos segmentos del alumnado. Lo que se ha logrado, como resultado de esto, es que se mitige la visión sesgada que muchas personas tenían respecto de la calidad de los programas o carreras online.
Nada de esto era posible cuando comenzamos a incursionar en este terreno. Hace unos pocos años atrás, tuvimos que enfrentar estas barreras, focalizándonos en el algunos aspectos: teníamos que encontrar la manera de ofrecer experiencias formativas, en contextos virtuales, que fueran equivalentes a las que obtenían los alumnos en las aulas universitarias, por temas de acreditación. ¿Cómo lograrlo? Lo primero que tuvimos que hacer fue estudiar muy bien los perfiles de egreso, los itinerarios formativos, los syllabus y tuvimos que encontrar la manera de transferir esos elementos a un entorno de aprendizaje que operaba bajo lógicas distintas. ¿Qué pudimos advertir? Si queremos que los alumnos construyan sus aprendizajes, en contextos online, lo más importante es la calidad del diseño instruccional y la pertinencia de la mediación pedagógica. La tecnología, propiamente dicha, importa bastante menos…
Hablemos de algo que se desprende de lo que nos ha comentado. ¿Cuál es el rol del profesor, en los cursos online?
Mire, aunque suene extraño, la clave para el éxito de un curso en que el estudiante no se va sentar en la silla de una sala de clase y no va a interactuar cara a cara con sus compañeros, sigue siendo la figura del profesor. Cuando comenzaron a dictarse los primeros cursos a distancia, esto no lo teníamos muy claro. ¿Qué hacíamos? Subíamos a la plataformas textos o videos que resumían la materia y aplicábamos al final cuestionarios o tareas sencillas para evaluar su aprendizaje, intentando replicar el modo como funcionaban las clase normales. Hoy en día lo que hacemos es deconstruir este concepto de charla magistral. Cada semana le proponemos a los actividades desafiantes, conectadas unas con otras, en una secuencia significativa, que obligan a los estudiantes a participar en la solución de dilemas. Lo que hacemos, en el fondo, es mediar las horas de trabajo autónoma de los estudiantes, acompañándolos en cada momento en el proceso de afirmación de una competencia.
Para que todo esto suceda, lo fundamental es la presencia, de un profesor que es un experto en la materia, que va acompañando al estudiante en cada uno de sus momentos del proceso de construcción de sus aprendizajes, aclarando sus sus dudas, aportándole consejos, retroalimentando sus trabajos. Aplicamos acá, en el fondo, la lógica del aprendizaje situado y del aula invertida para ir siempre estimulando al alumno a la superación…
Importante insistir en un punto que ya insinué: el online de calidad no se sustenta en la tecnología, como piensa todo el mundo; se basa en la pedagogía.
Esto puede ser contraituitivo, pero los datos están a la vista. ¿Qué sabemos? La investigación disponible demuestra que la tecnología no genera innovación, ni garantiza mejores resultados en términos de aprendizaje. Lo que hace la diferencia es el uso que se hace de estos recursos, con un propósito pedagógico. La conclusión que se desprende de esto es claro: para lograr aprendizaje lo que necesitamos son profesores online empoderados, que sepan desenvolverse tan bien en las aulas virtuales como lo hacen en las aulas físicas, que se impliquen en las actividades pedagógicas, que elaboren sus recursos, que se atrevan a delegar poder en el estudiante, que entiendan cuán importante es la cultura evaluativa que incluye assessement.
Esto no funciona cuando usted tiene al frente un profesor que no se toma en serio la pedagogía online, limitándose a “hacer clases” y a utilizar los contenidos y actividades elaborados por los equipos contratados por su plataforma institucional, normalmente confeccionado por proveedores externos.
¿Qué recomiendo? Conforme, en su facultad, en su carrera, en su programa, equipos de diseño instruccional propios. Construya sus propios recursos de aprendizaje, actividades y rúbricas, teniendo a la vista los perfiles de egreso, el modelo educativo de la institución y las exigencias planteadas por los instituciones que supervisan los procesos de acreditación. Arraigue el online, que hoy a veces está en manos de unidades de servicio o unidades comerciales, en las unidades académicas. ¿Razones? Nos hemos acostumbrado a mirar todo esto del online como una especie de universo paralelo, en el cual no tiene sentido aplicar los estándares y criterios de calidad que las agencias acreditadores imponen a los programas académicos. Esto es un error. Hoy día se puede llevar esta vida paralela porque estas agencias reguladoras no conocen muy bien esta modalidad de enseñanza, y son quizás menos estrictas de lo que los son con los cursos presenciales. Pero me atrevo a anticipar que esto va a cambiar en el mundo de la post-pandemia. Desde acá pensamos que esto es una muy buena noticia.
Hablemos del alcance de estos programas. ¿Los crearon para apuntar al medio chileno o pensando en audiencias más amplias?
Nosotros llevamos un buen rato intentando salir al mundo con nuestros programas, pero se nos ha dificultado porque siguen existiendo barreras que limitan un poco estos procesos. ¿Cómo notamos esto? Aunque tenemos una cantidad creciente de estudiantes de países latinoamericanos, el grueso de nuestros alumnos siguen siendo chilenos y chilenas, y si me apura, estudiantes procedentes de núcleos urbanos, más que de zonas rurales. ¿Razones? Hay muchas. Usted se va a encontrar disparidad de precios en los distintos países, con diversidad marcos normativos, y también, algunas barreras institucionales que actúan como factor limitante. Pero la tendencia de mediano plazo apunta a lo internacional. Eso es insoslayable. Cada año, le comento, esto va ir en aumento.
Las barreras que existen, por lo demás, se han ido atenuando. Hasta hace algún tiempo, por ejemplo, el proceso de validación de títulos extranjeros obligaba a los estudiantes a realizar engorrosos procesos ante la burocracia local y extranjera. Hoy en día esto se ha simplificado gracias al apostillado de la Haya, que ha simplificado todo esto al máximo. Lo mismo está pasando con los sistemas de pago, entre países, por ejemplo. Gracias a Paypal o Quotanda eso se ha simplificado mucho. Hoy existen, incluso, sistemas de financiamiento por crédito que operan entre países, como los que conocemos en el mundo anglosajón.
Nosotros estamos abriendo varios frentes. Hace tiempo que nos dimos del sello un poco local de nuestros programas y decidimos innovarlos para que puedan ofrecer un itinerarios formativos que sea pertinentes para estudiantes de los países vecinos. Nos pareció urgente desde acá damos por descontado que en los años que vienen los procesos de internacionalización de la educación superior se van a intensificar, siguiendo ese derrotero presupuesto en la declaración de Bolonia, con ese concepto del Crédito Transferible.
Queremos ser un actor importante, en este proceso. La cuestión es cómo avanzar en esa dirección.
Lo que hemos hecho, en los últimos cinco años, es realizar acciones específicas, orientadas a lograr alianzas con instituciones extranjeras. Estas alianzas son vitales porque nos permiten a tener presencia en otros medios, nos sirven para entender mejor las necesidades de un estudiantado distinto. También nos han servido para tener espacios de colaboración en el frente académico, con mucha movilidad de estudiantes, de docentes, desarrollando proyectos académicos conjuntos, en formación, en investigación. Comenzamos con esto hace unos cinco años, desarrollando un proyecto conjunto con universidad mexicana (la Universidad del Valle). Durante cuatro años formamos, desde Chile, a cientos de estudiantes de postrados de esta universidad.
Saludo institucional del Director de Postgrados a estudiantes de la UVM al inicio de programa internacionalización en noviembre del 2017
Esta primera experiencia nos sirvió como base para ir explorando otros frentes. Hemos desarrollado, en los últimos cuatro o cinco años, proyectos conjuntos, con la Universidad Uniminuto y la Universidad de la Costa, con la UPC y la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas y la Universidad Peruana del Norte, también con la Universidad de Deusto y la Universidad de Deusto, de España, con Learning One to One de Estados Unidos…. Estamos impulsando la movilidad internacional de docentes y estudiantes no solo a través de estas colaboraciones, que tienen lugar a través de plataformas online. Lo estamos haciendo también, con la misma intensidad con nuestros programas de pasantías internacionales que han permitido, a la fecha, que cerca de 500 profesores y profesoras, hayan podido participar en estadías de estudio en Europa, que les han permitido conocer las mejoras prácticas pedagógicas del mundo…
Mi recomendación: si quiere que tome vuelo el online, lo que tiene que hacer, más que pensar en bites, bytes o en plataforma es comenzar a pensar en internacional; búsquese buenos aliados fuera; aprenda de los que ya tienen camino recorrido…
Usted aludió hace algunos minutos a la pandemia. Háblenos de cómo enfrentó la universidad este desafío y del impacto para el mediano plazo que va a tener esto.
La educación mediada por tecnología viene teniendo una trayectoria de expansión desde hace unos 10 años, superando en el ritmo de crecimiento a la presencial. Este proceso de “transformación digital”, que ya venía mil por horas tuvo una aceleración extraordinaria a partir de marzo del 2020, como resultado indirecto de la pandemia.
Fue un desafío grande. Qué duda cabe. En pocas semanas las universidades y los colegios cerraron sus instalaciones y trasladaron las clases a entornos virtuales, que no conocían bien y que no consideraban un espacio adecuado para el aprendizaje. Tuvieron que encontrar soluciones a la carrera para lograr los programas dictados en forma remota tuvieron una calidad igual o equivalente a la de los programas presenciales. Esto involucró a más de 1.600 millones de estudiantes de todos los países, todos los niveles, todas las condiciones. También a sus profesores y a las familias. La mayoría de ellos pudo experimentar por primera vez en sus vidas, por un periodo prolongado de tiempo, un tipo distinto de pedagogía. Se pudo dar cuenta de que se puede aprender mucho sin tener el profesor al frente, a costos más bajos, haciendo usos más acotados y significativos de la infraestructura. Esto nos obligó a repensar todo, incluidas las actividades presenciales. El resultado inmediato de esto ha sido que esa barrera cultural de prejuicios que existían contra el online, que le mencioné hace algún rato, se corrió varios metros. Hoy en día la mayoría de las instituciones ya ha incorporado elementos tecnológicos que conocimos estos meses a sus procesos normales, ha decidido mantener una parte de sus actividades formativas en esquemas online o blended, ha profesionalizado la función de la educación a distancia.
El efecto de esto ha sido acelerar estas tendencias que se venían dando: en estos dos años el proceso de transformación digital de la educación se adelantó un par de décadas.
Impresionante.
¿Cómo ha afectado todo esto al profesor universitario?
El docente, piense usted, es un profesional esencialmente conservador. ¿Cómo enseñamos, hoy en día? Poniendo en ejercicio prácticas profesionales que se han mantenido sin grandes modificaciones, desde fines del medioevo, que fue cuando se impuso la “lectura”, como la principal herramienta de enseñanza-aprendizaje.
Estas prácticas profesionales, algo arcaicas, se renovaron algo cuando nos vimos obligados a adoptar el online, en la pandemia. Pero esta renovación, aunque importante, ha sido algo acotado. La mayoría de los docentes han incorporado las nuevas tecnologías a sus labores habituales, pero no las están utilizando para generar cambios, sino para eguir haciendo lo mismo de siempre….
¿Los resultados? De dulce y de agraz. Las universidades cumplieron, estos dos años, la meta de la cobertura, en esta situación de emergencia, dieron continuidad a los itinerarios formativos, abriendo miles de aulas virtuales, en las cuales se ha logrado tener cobertura de 100% de los contenidos de los syllabus. Se ha logrado tener, incluso, indicadores más o menos positivos de progresión académica y satisfacción del estudiante. Todos nosotros aprendimos a enseñar, de otra manera. Dificulto, sin embargo, que eso haya sido suficiente para garantizar la calidad, por un tema fundamental: el online no funciona si no sabemos cómo trabajar el currículo, cómo elaborar diseños instruccionales adecuados, cómo llevar adelante la mediación pedagógica, cómo lograr assessment bajo lógicas distintas a las del presencial; si usted no enfrente el online de manera profesional, aunque cuente con docentes muy motivados, dificulto que logre mucho aprendizaje; la calidad no se logra por azar.
¿Qué hemos tenido estos dos años? Estos dos años lo que se ha desplegado es algo improvisado, que tiene más puntos bajos que altos. Y si usted no hace las cosas como debe ser, es muy difícil que pueda alcanzar resultados de calidad. ¿Qué podemos decir, en el presente? Un puñado de docentes en cada institución ha logrado aplicar a sus cursos los principios correctos de la enseñanza basada en tecnología. La mayoría de ellos, sin embargo, ha tratado de salir delante de manera intuitiva o aplicando acá las reglas de la pedagogía presencial. El resultado de esto, me temo, va a ser desolador. Cuando tengamos buenos datos, pienso, nos vamos a dar cuenta de que se ha logrado cobertura curricular, pero las tasas de repetición y de deserción se han empinado en forma preocupante; la mayoría de los estudiantes va a tener forados en su formación profesional, que va a tomar mucho tiempo completar; la mayoría de ellos, creo, va a haber adquirido pocas competencias profesionales y va a tener una limitación grave a nivel de competencias genéricas; es posible incluso que nos encontremos con estudiantes que estos dos años no hayan aprendido nada….