Últimamente mucho se ha hablado sobre la educación sexual de NNA de nuestro país. Existen diversas posturas en relación a quién, cómo y en qué contexto debe darse esta formación.
Efectivamente, todas las personas deben recibir educación sexual integral; así lo plantea también la Unesco, relevando que el resultado de esta es proporcionar herramientas y fortalecer el bienestar y la dignidad de las personas.
Mientras esta temática se mantiene en debate, es fundamental que pensemos sobre la Educación sexual que reciben las personas con discapacidad intelectual. Y un poco más allá, que nos cuestionemos como profesionales, padres, madres y sociedad, las propias actitudes y creencias en relación a la sexualidad de este colectivo.
La Convención de derechos de las personas con discapacidad y la Convención de derechos humanos fundamentales, buscan garantizar que las personas puedan tomar decisiones libres y seguras sobre su salud sexual. Si bien contamos con estas cartas magnas que nos orientan, ocuparnos respecto a la sexualidad, es educar y formar, entregar información más allá de la línea valórica que por supuesto cada familia tiene y expresa. Es así como para educar las sexualidades de las PcDI, es primero necesario que su entorno se forme.
En primer lugar, debemos visibilizar la sexualidad como una dimensión de todo ser humano, considerando en plenitud al otro.
Formarnos como entorno de las personas con discapacidad, implica que un amplio abanico de mitos sea desmentido, y desde ahí, poder naturalizar este aspecto de su individualidad, tal como cualquier otro que buscamos favorecer y desarrollar. Permitirá contar con conocimientos específicos y prácticos, en relación al desarrollo, las necesidades existentes y las formas de manifestación; y, con habilidades que favorezcan el acompañamiento de cada etapa cursando un sano proceso de salud sexual.
En múltiples oportunidades hablamos de la inclusión de las PcDI en lo social, laboral y educativo. La educación sexual es otra forma más de participación. Así, cada persona podrá desenvolverse satisfactoriamente en los diversos planos de interacción, contando con las habilidades para tener relaciones sanas y poder detectar en la medida de lo posible, situaciones incómodas o de riesgo. Finalmente, desenvolverse con éxito y dignidad, en los espacios de interacción por los que tanto hemos luchado como sociedad para que estén.
Cada etapa del desarrollo, implica diversos desafíos. Y las familias son parte importante de este ámbito, los interpela desde distintos espacios, sentimientos y experiencias. Como profesionales y personal de apoyo, debemos acompañar respetuosamente a los padres y madres, que individualmente, también vivirán un proceso.
El desafío es muy amplio y nos convoca a todos y todas. No es responsabilidad de las familias, profesionales, instituciones o de la persona con discapacidad, es una labor de la sociedad en su totalidad. Porque mientras sigamos situados desde una mirada compasiva o asimétrica la discapacidad, entonces tampoco estaremos respetando ni garantizando la participación como un derecho de todo ciudadano.
Paulina Varas Garcés
Directora Diplomado en Salud mental y Bienestar de Personas con Discapacidad Intelectual de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello
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