Discurso pronunciado por Ignacio Muñoz Delaunoy, Director de Educación Continua de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello, en el acto de cierre de la Jornada Regional por el Día de la Convivencia Escolar, realizada el pasado 26 de abril de 2025 en Chépica, Región de O’Higgins, organizada por el Ministerio de Educación.
Quisiera comenzar agradeciendo a nombre de la Universidad Andrés Bello y del equipo del programa A Convivir se Aprende, por esta invitación que sentimos como un acto de profunda sintonía con una causa que nos convoca y nos compromete: fortalecer el rol transformador de quienes lideran la convivencia escolar en nuestro país.
Esto sucede, esta jornada, en un momento simbólicamente perfecta…. Hace apenas unos días la Comisión del Senado respaldó, de manera unánime, la nueva Política Nacional de Convivencia Educativa 2024-2030. Y esto no es poco porque lo que tenemos al frente es algo más que una nueva política pública: estamos frente a un cambio de paradigma.
Desde el mundo académico, celebramos este cambio, por su capacidad de interpelarnos y ofrecernos un nuevo horizonte: uno que deja atrás las lógicas centradas en el control o la corrección para abrir paso a una pedagogía de la empatía, una ética del cuidado y un enfoque restaurativo que concibe a las escuelas como espacios capaces de sanar.
Quiero compartir algunas reflexiones sobre la mirada que tenemos de lo que está pasando desde el reducto académico.
Este es un giro histórico, porque por primera vez una política nacional declara explícitamente que el bienestar emocional es una condición para el aprendizaje, no su consecuencia. Y que la convivencia educativa no es un problema por resolver, sino un aprendizaje en sí mismo, tan esencial como la matemática o la lectura.
Esto implica reconocer que hay condiciones previas al acto educativo, que hacen posible el aprendizaje, en el ámbito que sea, que no se están cumpliendo, de las cuales hay que hacerse cargo: las más relevantes tienen que ver con las heridas que traen los niños y niñas….
Muchos de ellos, sabemos, llegan a la escuela con historias que pesan. Historias marcadas por el trauma, el estrés crónico, los contextos tóxicos, la negligencia, la pérdida o la incertidumbre. Historias que se sienten en la piel de los chicos, en los vínculos, en los silencios, y que se ven reflejadas, siempre, en la calidad de sus relaciones interpersonales, en las acciones impulsivas y desafiantes en las que incurren con sus compañeros y profesores.
La neurociencia, desde hace años, nos lo advierte: el maltrato, la inequidad, la violencia, los momentos difíciles, no son meros datos del pasado en la vida de los niños: alteran su arquitectura cerebral, impactan y se quedan fijadas en su cuerpo, condicionan su posibilidad de confiar, de autorregularse, también de desarrollarse: porque un cerebro no puede aprender nada si no se siente seguro, y solo se puede sentirse seguro, cuando está dañado, si tiene alrededor una comunidad que cuide, que acoga, que escuche.
Por ese motivo Patricia Jennings, en su publicación más reciente, nos invita a hacernos cargo de una responsabilidad: la escuela debe ser el primer lugar donde un niño herido encuentra seguridad, la posibilidad de desarrollar la autoficacia, la posibilidad de sentirse competente y capaz de entablar relaciones con los otros y consigo mismo….
Hay un camino largo por delante para que podamos transformar nuestras escuelas en comunidades que sanan, que no respondan al conflicto con castigo, sino con formación y reparación; que no conviertan la convivencia en un trámite, sino en una oportunidad pedagógica, porque el punto de partida es bajo.
Un reciente estudio revela que el 43,7% de los niños presenta síntomas de ansiedad, un 36% síntomas de depresion y un 25% signos de estrés postraumático, en algún momento de sus vidas. Y en la educación superior, las cifras son aún más alarmantes: más del 60% de los estudiantes son lábiles a la ansiedad o depresión, y uno de cada cinco ha considerado alguna vez, aunque sea como una ideación, quitarse la vida.
Tenemos, al lado de esto, otros problemas que nos desafían:
- Nuestros equipos de convivencia escolar operan muchas veces en solitario, sobrecargados por tareas que los desbordan y sin contar con redes de apoyo dentro y fuera de la escuela.
- Nuestras culturas institucionales siguen reproduciendo hoy en día lógicas punitivas, que privilegian el control y la sanción….
- Hay un tema macro a nivel de nuestro profesorado. Es valioso, es entusiasta, muchas veces sabe a dónde hay que ir, pero no siempre cuenta con las herramientas ni con el acompañamiento emocional necesario para gestionar el conflicto como una oportunidad pedagógica, para abordar las incidencias desde un enfoque restaurador, para ayudar a los niños a fortalecer esas capacidades internas que les van a ayudar a no sucumbir ante los desafíos cotidianos, y a llevar la vida que merecen.
- Hay otro tema con los instrumentos técnicos que ofrecen el marco desde el cual hay que dar vida a la convivencia educativa —PEI, reglamentos de convivencia, protocolos— que a veces son completados más como un requisito burocrático que como una palanca de transformación real…. Tenemos allí algunas áreas de mejora que vamos a compartirles luego de publicar un estudio estamos terminando.
- Sigamos sumando: la meta del cuidado colectivo, que es el elemento clave de esta política, es impensable hoy, porque la participación objetiva de la comunidad es débil y muy poco articulada. No se genera, por lo mismo, ese empoderamiento y co-rresponsabilidad que exige una escuela compasiva, que logra sanar por su capacidad para comprometer a todos, a actuar como un todo fraterno y eficaz
Para avanzar en estos frentes necesitamos hacer cosas, con seguridad técnica, pero también con entusiasmo, porque todo esto es viable, es abordable, es bueno y está a nuestra mano.
¿Qué tenemos que hacer para hacer rodar la política?:
- Tenemos que encontrar fórmulas que nos permitan promover una auténtica cultura del cuidado, no como eslogan, sino como un principio operativo, a través de liderazgos coherentes, que se focalicen en la creación de vínculos sanos y promuevan la salud mental como prioridad número uno.
- Tenemos que recorrer los caminos necesarios para que la convivencia sea integrada cómo contenido curricular transversal, no como algo relegado a una asignatura o confinado a la responsabilidad de un cargo….
- Tenemos que hacer un fashion emergency a nuestros instrumentos institucionales, priorizando el sentido formativo de la convivencia, dando a cada intervención un arraigo en los valores y lógicas de sentido de cada comunidad.
- Tenemos que perder el miedo a los otros e integrarlos en el proyecto educativo, garantizando la participación de estudiantes, docentes, familias, como protagonistas en la toma de decisiones que los afectan.
- Y, sobre todo, tenemos que lograr la colaboración de las universidades, porque la nueva política no va a ir a ninguna parte si no contamos con un número suficiente de profesionales que sean capaces de sustentarla… sino encontramos solución a un cuadro limitante que es evidente: más del 60% del profesorado dice no sentirse preparado para esto, no contar con las herramientas para gestionar situaciones de alta carga emocional, no saber cómo trabajar sobre el cerebro emocional de los niños y como atender las fragilidades que evidencian. Importante decir que esto no es una falla personal: es una deuda estructural del sistema formativo. La PNCE lo reconoce y nos llama a hacernos cargo de eso.
Esto último es fundamental, porque si no formamos hoy a profesionales que sepan liderar con empatía, contener emocionalmente y construir comunidad desde el respeto, no vamos a llegar a ninguna parte.
Para cerrar, algunas reflexiones redundantes.
La nueva Política Nacional de Convivencia Educativa nos llama a construir escuelas que eduquen desde el vínculo. Nos pregunta si seguiremos respondiendo al conflicto con castigo, o si seremos capaces de transformarlo en aprendizaje. La respuesta a esa pregunta definirá no solo el futuro de la educación chilena, sino también el tipo de sociedad que queremos construir.
Ese es el llamado ético que hoy nos hace el Ministerio de Educación.
¿Lo vamos a recibir? Por el lado nuestro con entusiasmo, compromiso y esperanza, una esperanza basada en el conocimiento y en el reconocimiento del valor y la dignidad profesional de la comunidad presente acá.
Muchas gracias.