Por Dante Castillo
Docente del Diplomado en Fortalecimiento de Competencias Pedagógicas y de Gestión Escolar para la Educación de Adultos
Proyecto Fondecyt 1221063
En la actualidad el sistema escolar chileno dispone de variadas ofertas para atender las necesidades educativas de niños, niñas y adolescentes que por diversos motivos han dejado de asistir a la educación regular. Independientemente de la modalidad, la responsabilidad ha sido asumida por los programas de la Educación de Adultos que coordina el Ministerio de Educación. Es así como, este estudiantado infanto-juvenil se ha convertido en la población hegemónica y por lo mismo en la actualidad pasó a denominarse “Educación de Personas Jóvenes y Adultas” (EPJA). Una tendencia que, por lo demás, puede observarse en todos los países de la región latinoamericana.
En el caso chileno, a partir del año 2005, el Ministerio de Educación formalizó una experiencia denominada “proyectos de reinserción escolar”, con el propósito de incorporar a niños y niñas menores de 14 años. Esta decisión dejó de manifiesto que, pese a los esfuerzos desplegados por el Estado chileno, los antecedentes oficiales confirmaban que todavía existía una dificultad estructural, para que un grupo de estudiantes completen exitosamente el ciclo educativo obligatorio de 12 años de escolaridad. De igual forma, la incorporación de población infantil en la EPJA deja en evidencia la limitada capacidad que hemos tenido para construir una escuela y liceo que contribuya exitosamente con la retención escolar y la inclusión social de todo el estudiantado.
Lo anterior se ajusta a las evidencias de las investigaciones realizadas por el Proyecto Fondecyt 1221063. En efecto, se ha constatado que, por una parte, las escuelas y liceos no logran “acoger” apropiad, vinculado al “Diplomado en Fortalecimiento de Competencias Pedagógicas y de Gestión Escolar para la Educación de Adultos” de la Universidad Andrés Bello, que está analizando las trayectorias, la persistencia educativa y procesos de re-escolarización de niños, niñas y adolescentes atendidos en los programas de educación de adultos”. Lo anterior se constituye en una excelente oportunidad para evaluar los programas de reinserción, incluidos en las diferentes modalidades de la EPJA, entendiendo que, a la fecha, un número importante de jóvenes no termina el ciclo de formación, no reingresa al liceo o bien, egresa sin adquirir las competencias curriculares definidas en los planes y programas prescritos por el Ministerio de Educación. Es precisamente en este contexto, que la investigación antes mencionada se puede articular con el profesorado que asistirá, a partir de octubre de 2022, a la primera experiencia del Diplomado en Fortalecimiento de Competencias Pedagógicas y de Gestión Escolar para la Educación de Adultos.
Entre las primeras constataciones de esta investigación, se confirma que, en una sociedad altamente competitiva, la no-escolaridad y la escolaridad interrumpida, son situaciones particularmente determinantes para los itinerarios personales y laborales de los individuos afectados. Pero, además, estas experiencias de exclusión, suelen ser vividas y significadas en términos de fracaso personal, individual o familiar. Junto a ello, esta condición viene ligada a una mayor vulnerabilidad social, expresada generalmente en paulatino proceso de exclusión social, bajos ingresos financieros y prevalencia a vincularse a contextos de riesgo social. Por ende, la reescolarización de la población infanto-juvenil que ve interrumpidos sus estudios, tiende a ser percibida por los propios participantes de los programas de reesclarización, como un medio que ayudaría a mitigar algunos de los factores de exclusión.
De esta manera, la EPJA aparece como un factor que otorga nuevas posibilidades, es decir, que contribuye a mejorar las competencias educativas, sociales y laborales -y con ello sus condiciones de vida material- así como su autoestima y autovaloración. Es por ello que, aunque las situaciones, experiencias o condiciones de vida que, en un momento determinado, hicieron imposible la continuación de estudios o que promovieron el abandono, expulsión o fracaso escolar, la “reinserción” de esta población infantil y juvenil al sistema escolar regular y formal, se levanta como una prioridad consensuada por toda la sociedad.
En virtud de lo anterior, la reflexión docente que se incluirá en el Diplomado en Fortalecimiento de Competencias Pedagógicas y de Gestión Escolar para la Educación de Adultos de la Universidad Andrés Bello, permitirá analizar los resultados de las tres o cuatro modalidades de programas de educación de adultos, que atienden a población infantil y juvenil. Estas modalidades son: a) Modalidad de Educación de Adultos Regular (impartida por los Centros Educacionales Integrales de Adultos, CEIA, y los establecimientos que imparten programas de educación de adultos en una tercera jornada); b) Modalidad Flexible de Nivelación de Estudios; y c) Modalidad del Programa de Reinserción Escolar y las Aulas de Reingreso. Esta última, si bien no es definida por el Ministerio de Educación como una modalidad propiamente tal, es la única iniciativa que se expresamente ser dirige a menores de 15 años de edad.
Ahora bien, al revisar el desempeño de la EPJA, los resultados son modestos y configuran un escenario complejo. Asumiendo que la modalidad de “aulas de reingreso y de proyectos de reinserción”, es la única que formalmente atiende a población infantil y juvenil, los datos muestran que solo un 50% avanza un nivel o más en su trayectoria educativa, pero otro 26% abandona antes de finalizar el año. Hay aquí una alerta que remite a la necesidad de profundizar en el tipo de formación que resulta pertinente para “seducir” a niños y niñas que dejaron de asistir a la escuela y que también “fracasan” en esta modalidad EPJA. En una antigua medición externa realizada el año 2010, la información señala que solo el 40% de los estudiantes de los programas de reinserción, tenía posibilidades de reinsertarse en alguna alternativa de continuidad en el sistema escolar regular.
Por otra parte, en el caso de los estudiantes jóvenes que asisten a los Centro de Educación Integrada de Adultos (CEIA), las evidencias que comienzan a mostrase dan cuanta de dos percepciones dominantes en relación con la función socializadora del sistema escolar. La primera de ellas está vinculada con la adquisición de habilidades de comunicación, las que resultan útiles en contextos públicos de diálogo cotidiano. En este caso se trata de una comprensión del aporte social de la educación que se centra en la dimensión sociocultural, que tiene expresión e implicancias para el presente de los estudiantes y que resulta de utilidad inmediata. Es percibido como un insumo cultural que les otorga facilidades para lograr la integración en la sociedad.
La segunda percepción dominante, asocia la escuela con el ámbito laboral. Al respecto, los estudiantes vinculan el éxito del proceso de reescolarización con la certificación del egreso de la educación secundaria. Es decir, el CEIA los habilita para ingresar al mercado laboral formal. Asimismo, se vincula a la noción de “ser más”, lo que significa, en la práctica, la superación de las condiciones de vida familiares y la consiguiente satisfacción en el ámbito laboral. En este caso se trata de una comprensión del aporte social de la educación que se centra en la dimensión económica y que se evidencia en un aporte futuro y mediato.
Resulta notable que los jóvenes que asisten a la EPJA interpreten que las habilidades de tipo lingüístico-cultural sean asociadas al dominio del “tener” –en concreto, tener herramientas discursivas para establecer diálogos cotidianos–, mientras que la obtención del certificado mismo sea asociada a la dimensión del “ser”. Cabría, por lo pronto, preguntarse si tales interpretaciones están alineadas o no con las expectativas sociales oficiales, a saber, con el rol social atribuido desde el Estado a la educación.
Por último, un análisis preliminar de las expectativas de estos estudiantes nos advierte del predominio de una racionalidad instrumental o pragmática, asociada principalmente a la inclusión exitosa al mundo laboral. Complementariamente, pocos relatos advierten de expectativas asociadas al desarrollo de las habilidades “blandas” y sociales que declara el currículum EPJA prescrito por el Ministerio de Educación chileno.
Para finalizar, es preciso mencionar que, según una proyección realizada por la investigación antes mencionada, las primeras cifras muestran que más del 55% de los estudiantes que asisten a las diferentes modalidades de la Educación de Adultos, no finaliza el año escolar. Mientras que más del 75% de la población que asiste a la EPJA, tiene menos de 24 años.
En síntesis, estamos en presencia de una inversión paradójica. Si algunas décadas atrás era evidente que los programas de alfabetización se sostenían en un dispositivo que “infantilizaba” a los adultos, en la actualidad, la EPJA se sostiene en un paradigma que no da cuanta del “público” infanto-juvenil que se está atendiendo.