En las universidades tradicionales los docentes estaban centrados en la enseñanza. Lo que debían hacer era reproducir el contenido tal como estaba definido por las disciplinas, sin preocuparse acerca del impacto que esto estaba teniendo en la mente de los estudiantes. Si aprendían o no, era asunto de ellos.
Hoy en día el foco se ha puesto en el aprendizaje. Eso conlleva un criterio distinto, que es un poco terrible para nosotros, porque ya no nos podemos ceñir por las lógicas propias de cada especialidad o disciplina, que son las que manejamos. Ahora lo que tenemos que hacer es deconstruir el conocimiento que tenemos y usar todo eso para desarrollar en los jóvenes una capacidad que podamos movilizar en contextos laborales o personales reales, aquello que llamamos competencias genéricas y específicas….
Este cambio de foco (que debamos centrarnos en el estudiante), es todo un problema para nosotros, porque nos impone la obligación de garantizar el aprendizaje de nuestros alumnos, todos ellos, con sus diferencias. No es fácil cumplir con esta tarea para académicos formados para hacer ciencia o para ejercer sus profesiones, en una universidad que está dejando entrar a jóvenes que vienen sin capital cultural. Eso nos ha obligado a hacernos cargo de una función antes mirábamos en menos: la pedagógica…
¿Qué debemos hacer para transformarnos en buenos pedagogos en educación superior, con capacidad para conducir los aprendizajes de un estudiantado que es diverso y presenta dificultades para seguir los estudios superiores? Una grupo de profesionales procedentes de distintos contextos formativos, se encuentran participando en un programa de pasantía internacional, en la Universidad de Deusto, institución en la que estuvo alojado el Proyecto Tuning, que fijó el derrotero que hemos recorrido en educación superior:
Osvaldo Henríquez, alumno de nuestro Diplomado en Docencia para la Educación Superior, comenta su experiencia: