Es fácil hacer cosas, motivarse o tener un comportamiento positivo cuando uno se encuentra en un espacio físico que aporta estímulos positivos a los sentidos. En un lugar adecuado las personas viven las experiencias de manera más fluida y enriquecedora. ¿Qué pasa con las salas de clases y los patios de las escuelas? ¿Están pensadas para predisponer a los niños y niñas a la colaboración, la diversión o el aprendizaje? La mayoría de ellas parecen haber sido construidas por un arquitecto al que le interesa inhibir el desarrollo de los niños y niñas, más que alentarlo.
El académico Siro López explica la importancia de los espacios con una metáfora, en charla magistral que dictó a los alumnos que participaron en la Pasantía en Educación Socioemocional que dictamos en la ciudad de Santiago de Compostela, en enero del 2024:
“En el ámbito educativo esto lo hemos descuidado durante muchísimo tiempo [la importancia de los espacios]. Nos hemos preocupado por priorizar los aspectos curriculares y de contenidos del aprendizaje, pero no hemos mostrado interés por lo que nos rodea, por lo que nos acompaña y nos protege. Suelo poner el ejemplo del cocinero y su cocina. Imagínate que somos cocineros Michelin, pero nuestra cocina solo tiene cuatro paredes. No tenemos, por tanto, ni un buen espacio de trabajo, ni los ingredientes adecuados. Por muy buenos cocineros que seamos, será difícil crear un plato aceptable si carecemos de las herramientas que nos posibilitan cocinar y, sobre todo, de los ingredientes necesarios. Esto se convierte en un problema porque los comensales, los ochocientos alumnos, siguen hambrientos” (“Entrevista a Siro López“, en DYLE, nº4, 2019).
Nos invita a repensar los espacios con creatividad: